domingo, 11 de septiembre de 2016

Torbellino a misa de Rafael Pombo.

I.
Ande la rueda
del torbellino
Tray-la-ra-lá.
Es la rueda del destino;
el que se queda se queda;
¡pronto el vecino
me alcanzara!
Tray-la-ra-lá.
Privilegio no se alegra
en torbellino de amor.
El primero es el que llega
y el que llega es el mejor.
Siga el que pueda
mi remolino.
Tray-la-ra-lá.
¡Bien venido el que ya vino!
¡Bien quedado el que se queda!
Y ni un comino
se me dará
Tray-la-ra-lá
Sepa que juega el que juega
el torbellino de amor.
El que pasa, se relega;
a un pícaro otro mayor.
II.
¡Y ande la rueda
del torbellino!
Si alguien se enreda
abra camino,
y como seda
venga el vecino.
Tray-la-ra-lá.
Pero en la rueda
del torbellino
sepa el que vino
que el que se va,
pronto lo hereda
quien seguir pueda
mi remolino
Tray-la-ra-lá.
¡Y ande la rueda
del torbellino!
No retroceda
ni el más ladino.
Que igual moneda
se pagará.
Tray-la-ra-lá.
Nadie interceda
por el vecino,
que en esta rueda
no hay San Padrino;
y si mohíno uno queda,
muerda un pepino
y por do vino
se marchará.
Tray-la-ra-lá.
Quede el que queda
siempre que pueda,
o retroceda
de su camino.
Tray-la-ra-lá.
Que esta es la rueda
de mi destino
y ni un comino
se me dará.
Tray-la-ra-lá.
III.
Siga la rueda
del torbellino,
que en la arboleda
ya rueda el trino
del gurrumino
Curruculá:
el adiyino
del matutino
sol asesino
del torbellino
cuando en los fino
ya entrando va.
Tray-la-ra-lá.
IV.
Ya el alba ufana
sabrosa mana
su fresco aroma
de mejorana;
y la paloma
dice al palomo:
piquito romo
Curruculá
Ya en los candiles
luces febriles
ora levantan
la llamarada,
ora se espantan
de la alborada
torbellinada
que andando va;
y una giñada
de enamorada
como embriagada
la luz no da.
Curruculá.
¡Y ande la rueda
del torbellino
que no la exceda
la de un molino!
¡Ande, y suceda
lo que suceda,
que esta es la rueda
de amor dañino
y todo indino
la pagará!
Tray-la-ra-lá.
Extraído de: http://rafaelpombo.co/document/torbellino-a-misa/

Fragmento de María, de Jorge Isaacs.

María (fragmento)

El revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra despedida; la vi volar hacia la cruz de hierro, y posada ya en uno de sus brazos, aleteó repitiendo su espantoso canto.
(...)
Una tarde, tarde como las de mi país, engalanada con nubes de color violeta y campos de oro pálido, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí, mi hermana y yo, sentados sobre la ancha piedra de la pendiente, desde donde veíamos a la derecha en la honda vega rodar las corrientes bulliciosas del río, teniendo a nuestros pies el valle majestuoso y callado, leía yo el episodio de Atala. 
"

Extraído de 
http://www.epdlp.com/texto.php?id2=724